El robo.
Dejé escapar un grito. Parecía estar enojado.
—Debiste llegar hace dos horas —habló firme.
Miré a Kira. Parecía estar en problemas...
—Fui a comer con Kyo y Fede.
Empezó a caminar hasta su habitación, yo la seguí.
—¡La próxima vez, avisa! —gritó desde la sala.
Des era raro —bueno, al menos para mí—. Y tenía las mismas facciones que Kira. Ojos y cabello negros, piel blanca. No había diferencia alguna... sólo que él tenía pene — y eso no me constaba.
—Bruh, qué sobreprotector —bufé lanzándome a la cama. Me quité los zapatos.
—Ya sé —se quejó, sentándose en un sillón—. Pero cambiando de tema, cuéntame...
—¿Qué te cuento?
—Lo de Sid —y sonrió.
Yo negué levemente. —No hay nada. Hablo en serio.
—¿Cómo no puede no haber nada? Se conocen desde niños.
—Bueno, sí. Lo conocía como Sid el meón.
—¿Sid el meón? —y se empezó a reír a carcajadas. Yo la acompañé.
—Digamos que, una vez en jardín de niños, dejó escapar sus fluidos... Ese nombre lo siguió hasta la secundaria, linda —y estallé en risas—. Pero no hay nada más. Él rompió mis Barbie Malibú una tras de otra y se metía en mi habitación a robarme libros —suspiré—. Espero que haya cambiado.
—Bueno...
—Aunque, diablos, ¡está bueno!
—¡Ya salió el peine! ¡Te atrapé! ¡Já já já!
Le lancé una almohada, y ella me la lanzó de vuelta.
—Bueno, it is what it is... Si los idiotas de la escuela fueran como él, tendría pareja para el baile —me crucé de brazos.
—¿Y por qué mejor no vas con él, ehhh? —me dio una mirada pervertida.
La ignoré. —¿Qué dejaron de tarea en Química?
Pateé el sillón.
—Yo quería mi revista —hice puchero.
—Perdón, es que con tantas cosas se me olvidó —Fede me dio un beso en la frente y pasó de mí.
Cerré la puerta.
—Eh, no la cierres —escuché que dijo desde la cocina. Yo ya estaba en el sofá.
—¿Por qué?
Regresó a la sala con una botella de agua en la mano. —Es que Khris y Matt vienen subiendo.
Lo miré seria.
—¿Qué? —dijo luego de un rato.
—¿Cuándo tendremos tiempo de hermanos?
—Siempre lo tenemos. Matt es bueno con eso —se sentó a mi lado.
—No, Fede. Sólo tú y yo... Hermanos de sangre —suspiré.
—Bueno... algún día —sonrió. La puerta sonó—. Ahora ve y abre la puerta.
Me levanté pesadamente del sofá y caminé hacia esa cosa fea de madera. Cuando la abrí, Khris traía un six-pack de cervezas y Matt tenía una gran bolsa de papas.
—¡Cerveza y papas! —chillé—. ¡Oh, bienvenidos sean, amigos míos! —hice una reverencia, indicando que pasaran. Ellos, extrañados, lo hicieron—. ¡Los amo, los amo! —corrí rápidamente y les arrebaté las cosas de la mano, y, patitas, ¿para qué las quiero?
—¡Hey, no, K! —gritó Fede, riendo.
Iba a correr hasta mi habitación, pero Khris bloqueó el camino.
—¡Diablos! —gruñí, cambiando de dirección. Estaba a punto de refugiarme en el baño cuando Fede había cerrado y bloqueado la puerta.
—¡Deja las cosas en el suelo! ¡No te haremos daño! —gritó Matt.
Estaba rodeada.
¡Pero no!
Había escapatoria.
—Deja las cosas en el suelo, K —escuché a Khris.
Vi la puerta, que seguía abierta. Estaba a unos pasos de mí...
—Por favor. Vamos a compartir todo —Matt trataba de convencerme.
1...
—Sólo deja las cosas ahí —Fede.
2...
—Compartiremos —Khris.
3...
—No hagas una locura —Matt.
Corrí. Como nunca había corrido en mi puta vida, diablos. Estaba a punto de llegar al ascensor cuando choqué con alguien.
—¡Mira por donde vas, orangután! —gruñí, e intenté correr, pero esa persona me tomó del brazo obligándome a detenerme. Iba a decirle algunos dichos, pero me fijé bien. Era Sid.
—¿Adónde vas con esas cosas? —me preguntó con seriedad.
—Yo... uh... iba a...
—¿Escapar?
Asentí.
—Dale, ven conmigo —respondió riendo.
Un segundo después, nos encontrábamos ambos corriendo hacia el ascensor. Ya abajo, fuimos corriendo hacia su auto —el cual era un hermoso Mustang— y, diablos, sí, literalmente escapamos de allí.
—Eso fue muy divertido —admití a una distancia prudente de casa. Miré a Sid—. Ahora eres mi compañero de crimen.
—Lo soy —me miró, sin querer apartar la vista del camino—. Pero, joder, abre esas papas. Tengo hambre.
Hice lo que el me pidió con una risa nerviosa y le ofrecí la bolsa. Antes de comer, aparcó el auto en una orilla y me miró.
—Deberíamos robar cosas más a menudo —puso su mano en mi pierna, como muestra amigable, y la apretó. Luego la quitó y procedió a comer.
La pierna me quemaba.
—Así que —empecé a hablar—, ¿nos quedamos aquí comiendo o vamos a otro lugar? —tomé la bolsa y empecé a comer. Las papas estaban ricas, tenían queso.
—Bueno, Fede va a matarme pero... —rió—, al diablo —se giró hacia mí—. Hay una fiesta en el bosque. Es bien underground y sólo va gente cool ahí, ¿sabes lo que quiero decir? Me invitaron pero dije que no, porque Fede nos propuso ver películas —puso el auto en marcha mientras seguía hablando:— Pero ahora podré ir.
Reí.
—Bueno, podremos ir —se giró hacia mí y me guiñó un ojo. Casi me atraganto con las papas.
Al llegar a la fiesta, había una gran fogata allí. Y ya sé por qué: hacía mucho frío. No conocía a la mitad de la gente que había ahí porque probablemente eran universitarios. Yo no conocía a muchos universitarios.
—Mira, espérame aquí. Iré a saludar a algunos amigos.
Y desapareció.
Empecé a caminar sin rumbo fijo hasta alejarme un poco de la fogata. Por consiguiente, de la gente. Así que sí. Estaba ahí, sola, con una bolsa de papas casi vacía, y con frío.
Dos minutos después, Sid apareció a mi lado. —¿Vas a pasar toda la noche en el frio? —él preguntó. Su aliento ya olía a alcohol.
—No conozco al 99% de la gente en esta fiesta.
El asintió, entendiendo, y me ofreció un termo de acero. —Yo no tengo gérmenes, palabra de scout. Sírvete cuanto quieras.
¿De dónde lo había sacado?
Me acerqué lo suficiente como para oler el contenido de la botella. Inmediatamente retrocedí, sintiendo que algo me quemaba la garganta. —¿Qué es esto? —pregunté—. ¿Aceite de motor?
—Mi receta secreta. Si te lo digo, tendría que matarte.
—No hay necesidad. Estoy muy segura que si lo tomo tendré el mismo resultado.
Sid se cayó de espaldas, sus codos en las hojas secas. El se colocó un hoodie negro, pantalones negros y zapatillas Adidas... negras. Yo estaba usando mi típico vestuario: camisa a cuadros, pantalones pitillo, Converse.
—Dime, Salvatore. ¿Qué estás haciendo aquí? Debo decirte que pensé que me dirías que no y regresarías a casa para hacer la tarea de la semana que viene.
Me senté a su lado en el suelo y planté una mirada en su dirección. —Estoy aburrida de lo mismo. Ahora soy perezosa. ¿Y qué?
Eso era mentira. Siempre había sido una maldita perezosa.
El sonrió. —Me gusta ser perezoso. La pereza me está ayudando algunas materias. Particularmente Francés.
—Oh, Dios, si eso era una pregunta, entonces la respuesta es no, no voy a escribir tu ensayo de Francés.
—Eso es lo que crees. Todavía no he comenzado a usar los encantos de Sid.
Rompí en risas, y la de él se profundizo aún más.
—¿Qué? ¿No me crees?
—No creo que tú y la palabra "encanto" pertenezcan a la misma oración...
—Ninguna chica puede resistir el encanto. Te lo digo, se vuelven locas por el. Esto es lo básico: estoy borracho 24/7, no duro en ningún empleo, no pasó las matemáticas básicas, y paso mis días jugando juegos de vídeo y desmayándome.
Llevé mi cabeza hacia atrás y sentía mis hombros temblando por mi risa. Estaba comenzando a pensar que me gustaba más la versión borracha de Sid que la sobria. ¿Quien se iba a imaginar a Sid desaprobándose a sí mismo?
—Deja de babearte —dijo Sid jugando con mis mejillas—. Vas a llenarme.
Le di una sonrisa relajada. —Manejas un Mustang, eso debería darte al menos diez puntos.
—Maravilloso. Diez puntos. Sólo necesito otros doscientos para salir de la zona de peligro.
—¿Por qué no dejas la bebida? —le sugerí.
—¿Dejarla? ¿Estás loca? Mi vida apesta cuando estoy medio sobrio. Si dejo de beber y veo cómo es realmente, probablemente me tiraría de un puente.
Estuvimos callados por un momento.
—Cuando estoy borracho, casi puedo olvidar quien soy —dijo, su sonrisa desvaneciéndose—. Sé que todavía estoy allí, pero sólo apenas. Es un buen lugar donde estar. —le alejé el filtro, con los ojos en los árboles.
—Si bueno, mi vida tampoco es tan buena.
—¿Tus padres? —el adivinó, pasándose la mano por los labios.
—Un poco... De hecho, no sé si llamarles padres. Nunca están.
—Entiendo...
—¿Y qué hay de ti?
Justo cuando iba a contestar, comenzó a caer una leve llovizna. Lluvia de primavera, con grandes gotas cálidas.
—¿Qué diablos? —escuché a alguien quejarse en algún lugar lejos de nosotros, cerca de la fogata. Estudie las siluetas de las personas cuando todos se pusieron de pie.
—¡A mi casa todos! —gritó Sid, saltando en sus pies en un instante. Él se balanceó un poco, casi a punto de caerse—. Sesenta y dos en la calle Deacon. Las puertas están abiertas. Mucha cerveza en el refrigerador. Oh, y casi lo olvido, ¿mencioné que vivo solo?
Se escuchó un grito de emoción, y todos agarraron sus zapatos, otros descartaron prendas de ropa y escalaron por la tierra para llegar al estacionamiento improvisado.
Sid me dio un golpecito con sus Adidas. —¿Necesitas que te lleve? Vamos, hasta te dejaré conducir.
—Gracias por la oferta, pero creo que me voy a pie.
Me levanté.
—Los amigos no dejan que los amigos conduzcan borrachos —Sid sacó una coartada.
—¿Estas tratando de meterte en mi conciencia?
El sacudió sus llaves frente a mí. —¿Cómo puedes rechazar una oportunidad una en la vida de conducir a Stang?
Me levanté y me sacudí la tierra de mis pantalones. —¿Qué tal si me vendes a Stang por treinta euros? Hasta te puedo pagar en efectivo.
El rió, posando su brazo sobre mis hombros. —Borracho, pero no tan borracho, Salvatore.